Si bien es cierto, la publicidad debe informar, entretener y también muchas veces emocionar, los buenos textos publicitarios, no tienen por que ser originales ni tampoco tienen por que poseer necesariamente valor literario.
Los buenos redactores publicitarios deben ser más bien persuasivos. Es a través de esa cualidad que deberás encontrar las palabras necesarias; aquellas frases justas para lograr captar la atención del observador, y convencerlo que le hablas solo a él.
La importancia entonces radicará en el detalle, en escribir aquella oración o mensaje que empuje a los lectores a querer oír lo que sigue a continuación. A provocar en ellos la curiosidad, la intriga y el deseo más próximo por llevar a cabo lo que tu le pides.
Si conoces un hecho innegable, afírmalo. Si hay algo que capture toda la propuesta, recurre a ello. No dejes de lado nada que sea de vital interés para lograr el objetivo. Y si la información es mucha, entonces sintetízala en una sola idea. Pero dilo de manera que el observador piense: “Esto era lo que quería saber”.
Sabiamente William Bernbach nos decía que la verdad no es la verdad hasta que la gente te cree, y no pueden creerte si no saben lo que dices, y no pueden saber lo que dices si no te escuchan, y no te escucharán si no dices algo interesante, y no dirás algo interesante a no ser que digas las cosas con originalidad, frescura y genialidad.
Es entonces que tienes que saber perfectamente de que hablas para poder persuadir. No puedes informar ni escribir de aquello que no conoces. Para informar, debes saber como se ha fabricado el coche, como se crió el pollo, cuales son los componentes químicos de ese calmante, como se refina el aceite, etc.
No puedes persuadir, si no conoces lo que intentas convencer. Deberás leer mucho, ver televisión, observar mucho cine, oír todo tipo de música, salir a caminar y observarlo todo, informarte cuanto sea necesario, tanto así que puedas escribir un artículo o un libro sobre aquello.
Es que sin duda alguna, en nuestro trabajo como publicistas, debemos saber tanto como nos sea posible acerca de todo. Nuestros conocimientos no deben relacionarse solo de televisión y prensa, sino también de literatura, mecánica, deporte, cocina, botánica, medicina, computación, pintura, música, arte, meteorología y cuanto tema se te ocurra en estos momentos.
No es de urgencia que seas un erudito en cada uno de esos temas, pero si que tengas la suficiente noción en cada uno de ellos como para no quedarte en silencio en una reunión, por no saberlo.
Luego de incrementar tus conocimientos, de trabajar en ellos, pulirlos y seguir aprendiendo, verás como las palabras llegarán solas a tu mente, y cada vez será más fácil crear esas geniales frases que convencerán a la gente de hacer lo que tú les pides.